martes, 22 de diciembre de 2015

... y microrrelatos navideños. ¡Feliz navidad!



La Navidad ha servido de marco e inspiración para grandes historias, pero también para pequeñas. Incluso, para las más pequeñas: los microrrelatos, que en unas líneas son capaces de condensar toda el alma de una historia conmovedora, sorprendente, terrorífica, impactante, emotiva, hilarante o absurda. Aquí os dejo unos cuantos, por si os apetece leer algo entre turrón y turrón.

¡Felices fiestas a todos!

Y para empezar, mi preferido, del escritor urugayo Eduardo Galeano que este mismo año que se nos acaba nos dejó. Yo casi me lo sé ya de memoria, y aún así,  no puedo leerlo sin emocionarme


"Nochebuena"
 por EDUARDO GALEANO


Fernando Silva dirige el hospital de niños en Managua.

En vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.

Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo queda en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso.

Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:

-Decile a... -susurró el niño- Decile a alguien, que yo estoy aquí.



 "Solsticio de invierno" 
por José María Merino


En el cielo del amanecer brillaba con fuerza aquel insólito lucero que la gente común contemplaba con asombro, pero el capitán sabía que era uno de los satélites de comunicaciones que permitían a su ejército mantener la supremacía en aquella guerra interminable
-Mi capitán- transmitió el cabo. -Aquí solo hay varios civiles refugiados, unos pastores que han perdido el rebaño por el impacto de un obús y una mujer a punto de dar a luz.
El capitán, desde la torreta del carro, observaba el establo con los prismáticos.
-Registradlo todo con cuidado. 
-Mi capitán -transmitió otra vez el cabo-, también hay un perturbado, vestido con una túnica blanca, que dice que va a nacer un salvador y otras cosas raras.
-A ese me lo traéis bien sujeto.
-Mi capitán -añadió el cabo, con la voz alterada-, la mujer se ha puesto de parto.
-Bienvenido al infierno- murmuró el capitán, con lástima.
A la luz del alba, aparecieron en la loma cercana las figuras de tres camellos cargados de bultos y montados por jinetes de raras vestiduras, y el capitán los observaba acercarse, indeciso.
-Abrid fuego -ordenó al fin. -No quiero sorpresas




"El abeto"
por J.M. Caballero Bonald


La mujer fue trasladando las bolsas al dormitorio. A un lado amontonó las que contenían productos perecederos y, al otro, las de los juguetes y adornos de variada aplicación. El abeto lo dejó afuera, en el pasillo. La mujer observó el resultado de su tarea y la encontró bien hecha. Luego se acostó. Las compras la habían fatigado y ya era bastante tarde. Una vez dormida advirtió que se le había incorporado al sueño un roce anómalo, como de arañazos en la pared. Pensó en el abeto un segundo antes de no pensar en nada. El abeto era de plástico, pero llevaba incorporado un práctico mecanismo de crecimiento. A juzgar por los síntomas, tenía que haberse producido algún desajuste en la maquinaria, pues las ramas del abeto taponaban el pasillo de modo selvático. La mujer ni siquiera necesitó despertarse para comprender que estaba atrapada.




"Noches de Reyes"
por Rafael Reig


Ya había cumplido once, pero se negaba a aceptar la realidad. No existen los Reyes. ¡Cómo que no! Yo he visto que se han bebido el agua y se han comido los mazapanes. El agua me la bebo yo, le decía Gerardo. Y yo los mazapanes, explicaba Carmen. La niña se resistía. Prefería seguir sin saberlo. Juraba que había oído las pisadas de los camellos. Nosotros somos los Reyes. No puede ser. ¿Y por qué no puede ser? Pues… porque… ¿entonces quién es el tercero? ¡Falta un Rey! De pronto, la niña se rindió y dijo desilusionada: Es verdad. El tercero es el tío Julio, ¿a que sí? Por eso viene cuando no está papá, ¿verdad? ¡Basta de tonterías! Los Reyes somos papá y mamá. Ahora vete a tu cuarto. Gerardo no miró a Carmen, que se había puesto muy roja. él también prefería no saber. ¿Para qué perder la ilusión? Julio era el hermano pequeño de Gerardo, el tercer Rey Mago.


 "El relevo"
por José Luis García Sánchez


Le despertó con un vaso de leche caliente. Le tenía el traje rojo planchado y las botas lustrosas. Le dio entre lástima y vergüenza ver a su marido, jadeante, arrastrando por el pasillo un saco de regalos inútiles y pasados de moda, hasta cargarlo, entre resoplidos, en el trineo. Le puso la bufanda que acababa de tejer y le limpió el moquillo. El hombre bostezaba. Tosía: estaba hecho un viejo cegato y culón. Cuando los renos alcanzaron su velocidad de crucero, Mamá Noel murmuró: “El pobre está acabado, voy a tener que hacerme cargo del negocio...”.



Navidad de falso charol "
por Paloma Pedrero



Me lo habían dicho, pero, desolada, no quise creerlo. Tenía que comprobarlo yo misma. Así que ese año no escribiría carta. Si los reyes eran los Reyes conocerían mágicamente mis deseos. El seis de enero me levanté y corrí temerosa hacia el salón. En un rincón se apiñaban los juguetes de mi hermano pequeño. En otro, había una muñeca para mí. Era de plástico durísimo, llevaba un vestido imitación a terciopelo negro y unos zapatos de falso charol. Su pelo era de un rojo intenso, mal iluminado. Y su cara fea no parecía ni de niña ni de mujer. Tomé el espantajo entre mis manos y miré a mi madre con rabia. Ella me sonrió. No había duda. Ese día dejé de creer.Sin embargo, la espantosa muñeca ocupó un lugar en mi habitación. Ahí sigue, ya única, en un cajón de mi casa. Y yo cada Navidad, inevitablemente, lavo su vestido.



Nochebuena infernal"
por Juan Aparicio Belmonte




La cena familiar había sido un desastre. Empachado y enardecido aún por el último alfilerazo irónico de su cuñado, Luis sintió vértigo y un angustioso hormigueo que comenzaba en su mano izquierda y terminaba en su barbilla. Iba a pedir ayuda a su mujer cuando se desplomó sobre el árbol de Navidad, derribando también a su suegra. Al abrir los ojos, creyó encontrarse ante Papá Noel. El calor era delicioso; el silencio, un alivio. “¿Y el resto del mundo?”, preguntó con el rostro beatífico. "Eres el único condenado tras el Juicio Final” le contestó Satanás con frialdad, “el resto de la humanidad ha logrado el Cielo”.





"Chasco por Navidad"
por Luisa Castro

Si reservas con tiempo coges vuelos baratos. Si no reservas con tiempo mejor te vas en coche. Si te vas en coche revísalo antes de viajar. Si no lo haces lleva al menos cadenas en el maletero. Si no llevas cadenas mejor no salgas de casa. Si no vas a salir de casa compra con tiempo. Si no compras con tiempo cierran los supermercados. Si no tienes comida prepárate para reservar. Si no reservas con tiempo no hay sitio en los restaurantes. Si no compras con tiempo te vas a quedar sin regalos. Si te quedas sin regalos mejor no salgas de casa. Si coges un vuelo barato a ver qué haces sin regalos. Si llevas</b><b>&nbsp;cadenas y nieva, a ver si sabes ponerlas. ¿Y luego allí qué haces? En medio de la nieve, en la cima de la montaña y con el maletero lleno de regalos. Te vas andando al bar más cercano y está cerrado. El móvil sin batería, y tú sin cargador. ¿Dónde se compran cadenas? Envías un SMS: “una grua, por favor”. Está una noche preciosa: “Feliz año nuevo”.


 "Cuento de Navidad"
 por Ray Bradbury


El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana los obligaron a dejar el regalo porque excedía el peso máximo por pocas onzas, al igual que el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.
-¿Qué haremos?
-Nada, ¿qué podemos hacer?
-¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!
La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso.
-Ya se me ocurrirá algo -dijo el padre.
-¿Qué...? -preguntó el niño.
El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó y dijo:
-Quiero mirar por el ojo de buey.
-Todavía no -dijo el padre-. Más tarde.
-Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.
-Espera un poco -dijo el padre.
El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.
-Hijo mío -dijo-, dentro de medía hora será Navidad.
-Oh -dijo la madre, consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.
-Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometieron.
-Sí, sí. todo eso y mucho más -dijo el padre.
-Pero... -empezó a decir la madre.
-Sí -dijo el padre-. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto.
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
-Ya es casi la hora.
-¿Me prestas tu reloj? -preguntó el niño.
El padre le prestó su reloj. El niño lo sostuvo entre los dedos mientras el resto de la hora se extinguía en el fuego, el silencio y el imperceptible movimiento del cohete.
-¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
-Ven, vamos a verlo -dijo el padre, y tomó al niño de la mano.
Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.
-No entiendo.
-Ya lo entenderás -dijo el padre-. Hemos llegado.
Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.
-Entra, hijo.
-Está oscuro.
-No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.
Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. El niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.
-Feliz Navidad, hijo -dijo el padre.
Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.





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