domingo, 20 de marzo de 2016

A Rubén Darío, en su centenario


El pasado 6 de febrero se cumplieron cien años de la muerte de Rubén Darío, poeta nicaragüense a caballo entre los siglos XIX y XX, uno de los grandes nombres de las letras  hispanas, y uno de los poetas más influyentes en toda la poesía posterior. Fue el creador y principal representante del Modernismo literario, un movimiento que buscaba la creación de la belleza mediante la palabra por encima de todo, en un gesto de rebeldía que escondía un rechazo a la incipiente sociedad industrial y capitalista, materalista, gris y utilitarista. 

Así que con el lema parnasiano de "el arte por el arte" por bandera, Rubén Dario y sus seguidores se decidieron a llenar la literatura de belleza, tanto por la forma como por el contenido, y así, sus versos está poblados por princesas, hadas, jardines, lujos, exotismo, perfumes, mujeres hermosas y fatales, fiestas, violines, caballeros medievales y renacentistas, vocablos extraños y sonoros, colores, perfumes y tactos, adjetivos, metáforas bellísimas, comparaciones sensoriales, referencia culturales y cosmopolitas, refinamiento y aristocratismo, y cisnes, muchos cisnes, que llegaron a convertirse en todo un símbolo del movimiento (de hecho, cuando surge la reacción, una nueva generación de escritores hablará de "torcerle el cuello al cisne" como metáfora de acabar con el Modernismo).

Y aunque hay quien tacha al Modernismo de movimiento meramente esteticista, excesivamente preocupado por la forma en detrimento del contenido y un poco hueco (sin ser del todo cierto, porque al lado del Modernismo más deslumbraste existe otro intimista, en el que se incluye por ejemplo a Antonio Machado), es innegable que en él encontramos algunos de los poemas más bellos de nuestra lengua, pequeños prodigios de versificación y combinación de palabras a los que es difícil resistirse y olvidar.


De hecho, uno de los poemas del gran Rubén Darío tiene uno de esos comienzos archifamosos de nuestras letras, tan repetido, imitado y citado que ha llegado a ser casi una frase hecha de referencia.

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa? 
Los suspiros se escapan de su boca de fresa, 
que ha perdido la risa, que ha perdido el color. 
La princesa está pálida en su silla de oro, 
está mudo el teclado de su clave sonoro, 
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor. 



Este poema, la Sonatina, para el que su autor escogió no casualmente un título de pieza musical, es una pequeña maravilla de sonoridad y belleza, que simplemente leído tiene una melodía difícilmente igualable. El que quiera empaparse de belleza pura por un rato y dejarse acariciar por sus versos (que no es poco), aquí lo tiene.

Este es el tono de sus primeros libros Azul, de 1888,  (todo un  hito en el panorama de las letras hispanas del momento) y Prosas profanas (1896), en los que encontramos también otro delicioso  y famoso poemita, también con aire de cuento y dedicado a Margarita Debaye, hija de un ilustre médico amigo del poeta:

Margarita, está linda la mar,
y el viento
Ileva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar
tu acento.
Margarita, te voy a contar
un cuento.

Éste era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha del día
y un rebaño de elefantes,
un kiosco de malaquita,
un gran manto de tisú
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita como tú.

Puedes leer el poema completo aquí.

Otro de los poemas más conocidos y deslumbrantes de esta etapa de esplendor formal y sensorial nos cuenta la historia de Eulalia, una bella aristócrata, mujer fatal a la que le gusta jugar con sus pretendientes en un ambiente de lujo, exquisitez y sensualidad refinada. Si queréis leerlo completo, pinchad aquí.


Era un aire suave, de pausados giros;
el hada Harmonía rimaba sus vuelos,
e iban frases vagas y tenues suspiros
entre los sollozos de los violoncelos.

Sobre la terraza, junto a los ramajes,
diríase un trémolo de liras eolias
cuando acariciaban los sedosos trajes,
sobre el tallo erguidas, las blancas magnolias.

La marquesa Eulalia risas y desvíos
daba a un tiempo mismo para dos rivales:
el vizconde rubio de los desafíos
y el abate joven de los madrigales...


Pero en 1904, con Cantos de vida y esperanza, se produce un cambio en su poesía del que el propio Rubén Darío es consciente, y que explica en un poema, en el que mira atrás y describe su pasado de esplendor y belleza modernista.

Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.

El dueño fui de mi jardín de sueño,
lleno de rosas y de cisnes vagos;
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en los lagos;

y muy siglo diez y ocho y muy antiguo
y muy moderno; audaz, cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones infinita.


Pero no solo habla de su poesía pasada... también de su vida:

Yo supe de dolor desde mi infancia,
mi juventud.... ¿fue juventud la mía?
Sus rosas aún me dejan su fragancia...
una fragancia de melancolía...

Potro sin freno se lanzó mi instinto,
mi juventud montó potro sin freno;
iba embriagada y con puñal al cinto;
si no cayó, fue porque Dios es bueno.


Y es que, efectivamente, Rubén Dario vivió una vida "sin freno", en la que se suceden los viajes, el cosmopolitismo, las relaciones amorosas con y sin matrimonio, y los excesos, por ejemplo con el alcohol, que revelan un carácter vitalista y hedonista, pero también un vacío que intentaba ser llenado. Podéis leer, por ejemplo, la completísima biografía que nos ofrece la Wikipedia. Y como él mismo explica, su búsqueda de la Belleza encubría una búsqueda de la Verdad, que se va revelando cada vez más sincera y desnuda

Y la vida es misterio, la luz ciega
y la verdad inaccesible asombra;
la adusta perfección jamás se entrega,
y el secreto ideal duerme en la sombra.

Por eso ser sincero es ser potente;
de desnuda que está, brilla la estrella;
el agua dice el alma de la fuente
en la voz de cristal que fluye de ella.

Tenéis el poema completo (toda una confesión y una declaración de intenciones) aquí.

Y así, en esta nueva etapa, sin abandonar esa perfección formal y el cuidado exquisito de la expresión, sí aflora la expresión de la intimidad del poeta, de sus sentiimientos más profundos al afrontarse a sí mismo y las grandes preguntas eternas de la humanidad: la vida, el tiempo, la muerte.

El poema que mejor refleja esto es su famosísimo "Lo fatal", un soneto inconcluso que parece estrangulado por la angustia vital sincera y desgarrada que expresa:

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésta ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos...!


Y en esta misma obra encontramos también otro de esos poemas cuyo principio se ha convertido casi en proverbial, que habla de la vida y el tiempo sin olvidar esa música de los versos de la que Darío quizás sea el mayor maestro de nuestras letras. Es su "Canción de otoño en primavera":

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.


Por último, como estamos en un año cervantino y quijotesco (cuestiones que espero traer aquí dentro de poco), no puedo omitir el poema que Rubén Darío dedicó a la figura del hidalgo manchego, patrón de todos los que, como el poeta nicaragüense, buscaron sus sueños tal vez en el lugar y de la forma equivocados, pero que se resisten con uñas y dientes y hasta el final, a aceptar la derrota. Es su "Letanía de nuestro señor don Quijote"

Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón. 



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