Creo que la única razón por la que no soy normal
es porque nadie me ve como alguien normal.
El universo cuida de todos sus pájaros
Me susurró palabras que sé que tenían intención de ayudarme,
pero las palabras no pueden hacer que me cambie la cara.
Lo que es hermoso es bueno,
y quien es bueno pronto será hermoso.
(SAFO)
(SAFO)
Todo el mundo debería recibir una ovación del público puesto en pie al menos una vez en su vida, porque todos vencemos el mundo.
(AUGUST)
La semana pasada, nuestro pequeño gran club de lectura "El Síndrome de las Letras" se reunió un par de recreos para comentar La lección de August, de la escritora estadounidense Raquel J. Palacio, un libro que nos conmovió, nos emocionó, nos hizo llorar, nos hizo reír, nos hizo sentir rabia, nos hizo sentir inquietud, nos hizo pensar y nos llevó a ponernos en la piel de cada uno de los personajes que nos cuentan esta historia extraordinaria y compleja: la de August, un chico de diez años con un aspecto marcado desde su nacimiento por un problema genético, que se enfrenta a una situación casi más difícil que las muchas operaciones por las que ha tenido que pasar en su corta vida, la de integrarse por primera vez en un colegio con chicos de su edad.
Una novela sencilla pero que aborda de forma maravillosa una situación tan compleja y llena de matices, y que nos permite comprender a todos los que la viven de forma distinta: el propio August, acostumbrado a la sorpresa y el rechazo de todos los que le rodean sin que eso deje nunca de dolerle; sus padres; su hermana Olivia, que ha crecido renunciando a la atención extra que sus padres han de darle a su hermano y tantas veces le roban a ella; su novio, cuya escritura sin mayúsculas exasperó a muchas de nuestras lectoras; su amiga Miranda (que nos enseña que a veces las apariencias y los comportamientos tienen una explicación profunda y sorprendente, que no siempre se llega a percibir); los compañeros que le acogen de diferente manera (desde la calidez y la llaneza de Summer, a los titubeos de Jack, a la prepotencia de Julien o la frialdad de Charlotte); los profesores que hacen lo que pueden... y tal vez no siempre bien.
Hablamos sobre rechazo del entorno, sobre como todavía en los colegios e institutos siguen existiendo los"guays" (eso que en la cultura americana llaman "populares") y los que no son, qué es lo que hace que alguien llegue a serlo o no, y la presión que esto supone para adoptar determinados comportamientos o actitudes. También hablamos de lo difícil que es ser diferente, bien sea físicamente, bien por la personalidad, y cómo se podría o se debería afrontar la integración y la educación de los niños marcadamente diferentes, por el motivo que sea.
Hablamos también de tipos de padres: más protectores, menos protectores, más pasotas, más agobiados; de diferencias socioeconómicas y del carácter de muchos personajes; comentamos nuestros momentos preferidos y/ o más emotivos (en los que coincidimos... alguno, de llorar a moco tendido). Nos encantaron muchas frases del libro (yo dejo por aquí un par: a ver si alguna de mis contertulias -porque sí, de momento seguimos siendo sólo chicas- se anima a compartir alguna de las suyas en los comentarios) y la idea de la autora de intercalar los famosos "preceptos" del señor Traseronian y de muchos de los alumnos, que al final los definen.
Y aprendimos la lección de August, que no es la que él aprende, sino la que nos enseña, inspirada por una niña a la que la autora vio en una heladería (según cuenta en los agradecimientos), y que va directa al corazón. Una lección de esas que sólo puede enseñar la literatura.
De nuevo, mil gracias, chicas, por descubrirme este libro que ahora me dedico a recomendar a diestro y siniestro. Y si tú que me lees aún no lo has leido, tengas la edad y condición que tengas, hazme caso y hazte un favor: NO TE LO PIERDAS.
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